Fukushima, Fukuyama, Chernóbil y los quesos suizos

Fukushima, Fukuyama, Chernóbil y los quesos suizos

Futaba, una de las ciudades evacuadas tras el desastre de Fukushima. (Autor: Julian Simmonds)

Hace unos de días, después de bastante tiempo en el que las noticias sólo caían a cuentagotas, el accidente de Fukushima volvió a las primeras páginas de la actualidad. Buena parte de los medios repitieron el mismo contenido, incluso casi el mismo titular (como en el caso de La Vanguardia y El País, y no, no es noticia de agencia): Japón se plantea verter agua radiactiva al océano porque prevén quedarse sin espacio para almacenarla.

Y la noticia, o más bien nota de prensa por parte del gobierno japonés (el calco de los medios, más que casualidad, parece síntoma), da para bastante. Sobre todo, por lo que tiene de superficie, cuando el desastre nuclear de Fukushima tiene una profundidad de la fosa de las Marianas. Queda muy bien hacer la serie sobre Chernóbil (aunque maniquea, muy recomendable), mostrar lo incompetentes que eran los soviéticos, ratificar que el comunismo era una montaña de mentiras pero por suerte hemos llegado al fin de la historia, como dijo hace ya tres décadas Francis Fukuyama («montaña bendita, afortunada»; si fuera «isla bendita», sí, sería Fukushima), y con el capitalismo sin brida todos somos felices a lomos del caballo desbocado.

El accidente de Chérnobil, indudablemente, fue fruto de numerosos errores. No hay desastre que no ocurra por una alineación de problemas, tal como planteó, mediante una imagen que siempre me ha gustado, James T. Reason con su modelo del queso suizo y los agujeros. Y la central soviética era un queso que, de partida, tenía muchos agujeros. El defecto de fabricación. El haberlo ocultado. En abril del 86 todo ello se alineó con el agujero de la ignorancia e inconsciencia de algunos operarios de la central. Todo ello ya es suficiente para el desastre. Sin embargo, el tiempo que las autoridades mintieron sobre la magnitud del accidente, todo el tiempo que se tardó en desalojar Pripyat y el sur de Bielorrusia, terminó por completar la línea del vacío. Un bingo de catástrofe.

Sin embargo, también hay que hablar de algunos aciertos. Aciertos relativos, cuando menos. Los llamados liquidadores fueron los encargados de limpiar los escombros del techo del reactor para lanzarlos de vuelta al núcleo. Este trabajo, que permitió que la radiación no se perpertuara, fue para muchos de los 600.000 operarios una inmolación a ojos del dios-estado: aunque algunos de ellos han sobrevivido, una buena parte enfermaron y murieron al poco tiempo de realizar la actividad. La tarea se completó con el levantamiento de un sarcófago para contener la contaminación radiactiva. Hace tres años terminó la construcción una nueva estructura, el NSS o “nuevo sarcófago seguro”. Por tanto, gracias a decenas de miles de héroes, finalmente se ha conseguido que la radiactividad esté relativamente controlada en la zona.

Viajamos 8022 km y llegamos a Fukushima. Los japoneses tienen una merecida fama de pueblo trabajador y perfeccionista, a la vanguardia del progreso tecnológico. Sí, todo eso es cierto, pero ahí van dos preguntas: ¿tsunami no es precisamente una palabra japonesa?, ¿qué hace una central nuclear al lado del mar cuando Japón es uno de los países del mundo con mayor actividad sísmica, y los terremotos bajo el mar tienen siempre asociado un alto riesgo de maremoto? La respuesta es, en cierto modo, sencilla: garantizar que habrá suficiente agua disponible para la refrigeración, y suponiendo a la vez un menor riesgo medioambiental (¿a largo plazo…?; lo dudo) que si se utilizase agua de ríos o lagos. De hecho, no es que sólo la central de Fukushima Daiichi se encuentre al borde del mar… Como se aprecia en el mapa, no hay una sola central en Japón que no esté en la costa.

Futaba, una de las ciudades evacuadas tras el desastre de Fukushima. (Autor: Julian Simmonds)

He dicho que serían dos preguntas, pero hacen falta algunas más: ¿el 6 y el 9 de agosto de 1945 no cayeron dos bombas nucleares en territorio japonés? ¿No devastaron, respectivamente, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki? ¿Los japoneses no han conocido de primera mano, por desgracia, los terribles efectos de la radiación? En los años 50, algunos medios (como Yomiuri Shimbun o Nippon TV), auspiciados por el gobierno norteamericano, hicieron propaganda de la energía nuclear para usos civiles, hasta terminar por convencer a buena parte de la población. En la década de los 60 se construyó la primera central nuclear del país. El interés de Estados Unidos en el asunto era, evidentemente, comercial: sus eléctricas, como General Electric y Westinghouse, querían vender reactores nucleares a toda costa. El documental Fukushima: A Nuclear Story, de Fabrizio Campanelli, aborda muy bien, entre otros, este asunto (del minuto 39 al 42). Y así fue como, hasta el accidente de Fukushima, Japón era el tercer país del mundo más dependiente de la energía nuclear, con 53 reactores activos.

Tras el viaje en el espacio, el viaje en el tiempo. Hasta el 11 de marzo de 2011. Las consecuencias del terremoto y el subsiguiente tsunami se traducen, en la planta de Fukushima Daiichi, en forma de varios reactores dañados. Se suceden las horas, los días… pero, aparentemente, no pasa casi nada. Como ocurrió en el caso soviético, el peligro se intuye, se despliega desperezándose en slow motion, pero apenas se menciona. Al principio, no pasa nada. De aquellos días recuerdo el contr
aste de perspectivas que podía leerse en la prensa. Las noticias publicadas en medios estadounidenses nunca sonaban alarmista; por ejemplo: “Daiichi is not synonymous with Chernobyl in terms of the severity of contamination”, decía The New York Times. Más preocupantes eran las noticias de los medios europeos; así, Libération recogía las palabras de Günther Oettinger, comisario europeo de Energía: un “apocalipsis” que estaba “fuera de control”. Por supuesto, no era que la prensa americana y la europea dispusieran de información distinta, sino que el motivo de los enfoques distintos era otro: como bien revela también el documental de Campanelli, Francia rivaliza con EEUU en la fabricación de reactores nucleares. Convenía dejar lo peor parado posible al adversario comercial. Sí, no se trataba de la salud de los japoneses, sino de lo único que importa siempre cuando se mira el mundo con gafas neoliberales.

Sobre el mencionado documental, hay un aspecto en el que aúna, creo, todavía más interés. Es en los últimos minutos, a partir del minuto 54, cuando se menciona un hecho que, al menos para mí, era desconocido: gracias a que se rompió la válvula de la compuerta de la piscina del reactor, no se terminó por evaporar toda el agua, lo que habría dejado las barras de combustible al descubierto y producido una fusión nuclear, cuyas consecuencias habrían tenido un alcance de cientos de kilómetros. Así que por casualidad, por un fallo tecnológico en la tierra de la tecnología, la gran tragedia fue evitada. O al menos su primer capítulo, porque esto es aún una novela inacabada.

Y ahora, en la página actual, se habla de verter agua contaminada al Pacífico. Próximamente. ¡Como si eso no hubiera estado ocurriendo en todos estos años! (Un par de enlaces: 1, 2.)Pero queda muy bien mostrar que hasta el momento han tenido el control, y la contaminación ha quedado sellada en tanques. Que es un problema de espacio. Pobres.

Futaba, una de las ciudades evacuadas tras el desastre de Fukushima. (Autor: Julian Simmonds)

Pero todo está controlado, y el gobierno japonés comenzó ya hace dos años a instar a la población a que volviera a sus casas. También recientemente se ha reabierto al baño, ocho años después, una playa cercana. Y un político japonés, Masahiro Nishizawa, afirma que han hecho que esta playa sea la más segura del país ¿para proteger la salud de la gente? ¡Qué va! “Para disipar cualquier rumor dañino sobre la radiación”. No vaya a ser que se hable de la radiación. Que estén presentes niveles altos o no: eso ya es un asunto secundario.

Los niveles de radiación, efectivamente, sí son preocupantes. En Chernóbil los robots no podían trabajar debido a la radiactividad, de ahí que tuvieran que contratarse liquidadores para perder su salud en favor de la causa. En Fukushima, sucede lo mismo. Es de lectura muy recomendable esta entrevista al periodista Kolin Kobayashi; en ella afirma: “el accidente de Fukushima generó una radioactividad tan fuerte que todavía no se tiene un robot capaz de efectuar estas tareas, ¡ni por asomo!”. Una situación similar a la del accidente soviético, por tanto. Similar… aunque peor. Al menos en un aspecto importante: no se está construyendo ni se prevé por ahora construir un sarcófago análogo al del Chernóbil. “En un país liberal y capitalista como Japón, ¿cómo creéis que se podría contratar a 800.000 personas para hacer un sarcófago alrededor de tres reactores?” Es un problema complejo, claro. ¿Matar gente ad hoc, como en la URSS, o dejar que la población civil muera azarosamente, según cómo sople el viento o se muevan las corrientes de agua? Es una ecuación que, me temo, únicamente se despeja con la muerte. Pero Japón prefiere las apariencias a minimizar en lo posible la letalidad del cálculo.

Porque los escombros radiactivos están, por decirlo de algún modo, al aire. Se llevan ocho años contaminando el Pacífico, pero se anuncia que comenzará la contaminación de las aguas todavía ahora. “No hay que dejar que la población entre en pánico y crear una crisis económica”, dice Kobayashi para explicar el maquiavelismo del gobierno japonés. El relato, ésa es la cuestión. En el fin de la historia la verdad casi siempre es relegada. No hay mucho más.

O sí. Hay un último detalle, por decirlo de algún modo. ¿Qué sucedería si otro terremoto afectase de nuevo a los reactores, ya dañados, de Fukushima Daiichi? De nuevo, contesta Kobayashi: “en caso de nuevo seísmo en este lugar, habrá que […] evacuar a las poblaciones de la región de Fukushima y de la de Tokyo.” La fusión nuclear que evitó el fallo de la compuerta podría darse si la tierra vuelve a temblar. Medio Japón (porque el área metropolitana de Tokio puede considerarse medio Japón), a falta de que la tecnología avance y haya robots que puedan soportar la radiactividad y construir estructuras para aislar los restos radiactivos, pende del hilo que sujeta el planeta. Un hilo demasiado estrecho para un maravilloso territorio surgido de la fricción entre placas.

En definitiva, el desastre de
Fukushima en ningún caso se ha manejado mejor que el de Chernóbil, a pesar de ser en un país del primer mundo, capitalista, de los más avanzados tecnológicamente. A pesar de que ya hubieran transcurrido 25 años entre ambas catástrofes y se conocieran bien las causas, errores y vergüenzas alrededor de la central ucraniana, se han vuelto a suceder los agujeros en este paradigmático queso suizo de la posmodernidad. No pasa nada, hagamos “vertidos controlados”. Sí, no solo era el del bigote y era España. Japón va bien. El mundo, sin duda, va bien. Hacia dónde, claro. Hacia dónde.

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